La canción del corazón - Pabellón.

El suero gotea de la bolsa de hidratación

haciendo más fría mi circulación,

preparando mi cuerpo para la intervención,

facilitándole todo al raro señor

de saco y corbata al que llaman "doctor".

Solo, yo, en esa fea habitación

sólo con cortinas y una camilla en el rincón,

vistiendo una bata y mucha preocupación,

porque menos cubre esa tela que mi consternación,

que nació en el momente que entré a hospitalización.

Bonita mi suerte y la del señor

con quien coincidí en la situación

en que yo soy el enfermo y él la solucion

para mis problemas de alma y corazón,

esperando yo que puedan curarse con la operación.

Aunque, entre tanta ilusión

por solventar mi inicial posición,

olvidé hacer la importante mención

de la primcipal razón

de mis molestias y mi dolor.

¡Oh, por Dios!

La enfermera me llamó.

Al parecer, comenzarán con la sedación,

y yo, aún, en medio del terror

estoy convencido de que nada hará el doctor

y, si algo me pasa, nos hundiremos él y yo.

Una aguja muy grande con líquido sin color

Se acerca a la vía de transmisión,

recortando de a poco mi respiración.

Asustado, pienso en el futuro dolor

que podría sentir en la sala de recuperación.

Pobre de mí si falla mi corazón

a la luz de las lámparas del pabellón,

frente a los ojos de las enfermeras y el doctor,

los cirujanos, sus santos y su Dios

que serán testigo de esta equivocación.

Ya empezó a nublarse mi visión

y trajeron al enfermero que al entrar me saludó.

Parece que me llevará al pulcro salón

donde me abrirán como un lechón

para intentar arreglar mi cora...